Retomando a Bataille y en relación con la “hipótesis
represiva” propia de la sociedad burguesa, de la que habla Foucault, lo que
hace difícil hablar de la prohibición no es solamente la variabilidad de sus
objetos, sino el carácter ilógico que posee. No existe prohibición que no pueda
ser transgredida. Y, a menudo, la transgresión es algo admitido, o incluso
prescrito. (“Todo lo que no está expresamente prohibido, está permitido”).
Estas prohibiciones o restricciones varían grandemente según los tiempos y los
lugares. No todos los pueblos sienten del mismo modo la necesidad de ocultar
los órganos de la sexualidad; pero generalmente ponen siempre fuera de la vista
al órgano masculino en erección. También, en principio, el hombre y la mujer se
retiran a la soledad en el momento de la cópula.
“Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, mientras
la violencia se practica a plena luz del día.”
(John Lennon).
La desnudez, en las civilizaciones occidentales, ha
llegado a ser objeto de una prohibición bastante grave y generalizada, aunque
en la actualidad esto nos resulte francamente contradictorio, ya que la
desnudez (sobre todo la desnudez femenina) es un objeto de consumo masivo, que
aparece en portadas de revistas, en horarios familiares de televisión y por
supuesto, en cualquier portal de internet. El cuerpo pasa a ser un mero objeto
de consumo; si vende, está permitido. Pero para vender, ese cuerpo de portada
de revista, debe responder al estereotipo que se quiere imponer, por supuesto,
con fines comerciales. El desnudo que se puede vender, no escandaliza (tanto).
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